sábado, 31 de octubre de 2015

LA PARRA DE UVAS Y LA MUERTE

El cuento de "La Parra de Uvas y la Muerte". Don Francisco afirma que había un anciano que tenía como toda fortuna doce centavos, con los que compró tres panes blancos, ya que se encontraba muy hambriento. Pronto apareció un niño quien le pidió un pan, el hombre se lo dio de buena gana. Luego, regaló su segundo pan a una vieja y el tercero a otro anciano. Viendo que se habían terminado sus panes, el señor se disponía a buscar raíces para comer, cuando se le apareció el anciano a quien le había obsequiado un pan. Este anciano le regaló el costal de los deseos. Con este costal el hombre pudo comerse un canasto de quezadillas y pescados fritos.
El niño, a quien él también había dado un pan, lo gratificó concediéndole una mágica parra de uvas que tenía la virtud de que aquél que se subiera en ella no podría bajarse.

Por último, la vieja le concedió vida eterna, o, bien, tener el privilegio de morirse en el momento deseado. Al tiempo, el diablo y San Pedro discutían porque el primero quería llevarse al anciano a los infiernos y el segundo deseaba que siguiera viviendo. Entonces el diablo bajó a la tierra a traer al anciano; en seguida éste ordenó al costal encerrarlo. Cuando el diablo estuvo encerrado, el anciano le dio tal apaleada que ya no le dieron ganas de regresar y se quedó en el infierno.

Luego, la muerte decidió llevarse al anciano; llegó a su casa, tocó a la puerta e informó que llegaba a traerle. El anciano entonces dejó pasar a la muerte y la invitó a comer uvas. Cuando la muerte se subió a la parra y después quizo bajar, ya no pudo y así el mundo pasó sin muertos durante algún tiempo. Al fin el anciano dejó bajar a la muerte y ésta se fue.

Pasaron los años y el anciano deseó morirse, entonces bajó al infierno y el diablo al reconocerlo no le dejó entrar. Entonces se fue al cielo con San Pedro, quien tampoco lo dejó pasar, pues había dejado a la muerte atrapada años antes. Entonces el anciano se dirigió al Padre Eterno quien si le dejó entrar a la gloria, ya que ese hombre le había dado pan en la tierra.



EL SOMBRERON

La leyenda cuenta que... Un día, como a las seis de la tarde, aparecieron el la esquina de la casa de Celina cuatro mulas amarradas. Pasaron por allí dos vecinas y una de ellas dijo: "¡Qué raro! ¿No serán las mulas del sombrerón?". "¡Dios nos libre!" dijo la otra, y salieron corriendo. A esa hora, Celina comenzaba a dormirse porque ya se sentía muy cansada. Entonces comenzó a oír una música muy bonita y una voz muy dulce que decía:
              "eres palomita blanca como la flor de limón, sino me das tu palabra me moriré de pasión".
Desde ese día, todas las noches, Celina esperaba con alegría esa música que sólo ella escuchaba. Un día no aguantó la curiosidad y se asomó a la ventana y cual siendo la sorpresa, ver a un hombrecillo que calzaba botitas de piel muy brillante con espuelas de oro, que cantaba y bailaba con su guitarra de plata, frente a su ventana.
Desde entonces, Celina no dejó de pensar en aquel hombrecito. Ya no comía, sólo vivía esperando en momento de volverlo a escuchar. Ese hombresito la había embrujado.

Al darse cuenta los vecinos, aconsejaron a los padres de Celina que la llevaran a un convento para poderla salvar, porque ese hombrecito era el "puritito duende". Entonces Celina, fue llevada al convento donde cada día seguía más triste, extrañando las canciones y esa bonita música. Mientras tanto el hombrecito se volvía loco, buscándola por todas partes.
Por fín la bella Celina no soportó la tristeza y murió el día de Santa Cecilia. Su cuerpo fue llevado a la casa para velarlo. De repente se escuchó un llanto muy triste. Era el sombrerón, que con gran dolor llagaba a cantarle a su amada: "ay...ay... mañana cuando te vayas voy a salir al camino para llevarte el pañuelo de lágrimas y suspiros"
Los que vieron al sombrerón cuentan que gruesas lágrimas rodaban mientras cantaba: "estoy al mal tan hecho que desde aquí mi amor perdí, que el mal me parece bien y el bien es mal para mi". Toda la gente lloraba al ver sus sufrimiento. Y cuentan que para el día de Santa Cecilia, siempre se ven las cuatro mulas cerca de la tumba de Celina y se escucha un dulce canto: "corazón de palo santo ramo de limón florido ¿por qué dejas en el olvido a quien te quiera tanto?"
Y es que se cuenta que el sombrerón nunca olvida a las mujeres que ha querido.




EL CABALLO DE CORTEZ

Uno de los cuentos más arraigados en Petén es la del Caballo de Cortés, que se escucha en los pueblos del lago como San Miguel y Santa Elena. Cuentan que cuando Hernán Cortés, en los tiempos de la Conquista de México y Guatemala, dirigía su expedición hacia Honduras, y cuando pasó por las márgenes del lago Petén Itzá; como iba "muy cansado y agotado", dejó recomendado su caballo a los Itza'es del Señorío del Rey Caneck.
Cortés ya no regresó a México por esa ruta, y el caballo se quedó con los itza'es, pero el animal se murió de tristeza porque ellos le daban de comer flores y plumas preciosas, y no lo sacaban a pasear. Los indígenas con la pena de quedar mal con Cortés, construyeron uno de piedra, "igualito y del mismo color".

El caballo quedó entre los itza'es, quienes lo adoraron como deidad. Pero una vez que querían trasladarlo de la punta del Nij Tum cerca de San Andrés, hacia la Isla de Flores; la balsa donde lo llevaban dio vuelta, el caballo cayó al agua y quedó parado en el fondo del lago. Los lancheros dicen que el caballo está todavía ahí, frente a Tayasal, es decir, frente a la Isla de Flores, y puede ser visto en las mañanas claras.
Los lancheros de San Benito cuentan que han escuchado los relinchos del caballo en las noches del Día de San Juan, y que se oyen sus pasos en el fondo del lago. Los habitantes de la aldea El Remate, dicen que debido a las flores que le dieron al caballo, a la isla se le dio el nombre de Flores.




LA LLORONA

La llorona era una mujer indígena, enamorada de un caballero español o criollo, con quien tuvo tres niños. Sin embargo, él no formalizó su relación: se limitaba a visitarla y evitaba casarse con ella. Tiempo después, el hombre se casó con una mujer española, pues tal enlace le resultaba más conveniente. Al enterarse, la Llorona enloqueció de dolor y mató a sus tres hijos en el río. Después, al ver lo que había hecho, se suicidó. Desde entonces, su fantasma pena y se la oye gritar "¡Ay, mis hijos!" (o bien, emitir un gemido mudo). Suele hallársela en el río, recorriendo el lugar donde murieron sus hijos y ella se quitó la vida. Se dice que la Llorona no puede llevarse el alma de una persona si ésta usa la ropa interior al revés. También se cuenta que cuando a la Llorona se la escucha que está muy lejos, es porque está cerca, y cuan
do se escucha cerca, es porque está lejos.

EL CANTO DE LA FLOR DEL AMATE

El Progreso-Guastatoya don Domingo Castillo, "contador de maravillas", de la aldea Casas Viejas, narra el cuento "El Canto de la Flor del Amate", muy difundido y vigente en todo el departamento. Asegura don Domingo Castillo que ese palo es encantado y nunca da flor, pero cuando le entra el encanto si florece. "El encanto sólo se abre la noche de la víspera del Día de San Juan y es necesario que haya luna llena. El hombre o la mujer deben llegar al pie del árbol a las doce de la noche para que les caiga el encanto". Y si al Encanto del Árbol le cae bien la gente, les deja caer una flor y con ello los vuelve "suertudos en el amor y con mucho dinero".

LA TATUANA

Extraña mujer ¡La Tatuana!  ¡Llegó al Reino de Guatemala en un barco que no arribó a ninguna de sus playas!.
Paró en el Mesón de San Agustín, como era costumbre lo hicieran  los forasteros en esos tiempos.  Luego paseó su arrogancia y su belleza por las calles de la segunda ciudad colonial de América, en las cuales le formaban valla la admiración de empolvados marqueses y condes que la colmaron de piropos y galanterías.  Y después, como una avara, la fue a encerrar tras las cuatro paredes de una casita del barrio de la Parroquia Vieja.
El vecindario la recibió con rayana indiferencia.  Indiferencia que se tornó en el más acendrado de los odios el día en que lo formaban se dieron cuenta de que la misteriosa extranjera había convertido su mansión en templo de placer y vicio.
¡Y era cierto que la había convertido en tal!  Los umbrales de su casa eran atravesados todos los días, a la hora en que el cielo principia a tachonar las lentejuelas su bello manto azul, por esbozados y misterioso caballeros, y por alegres mujerzuelas que no se retiraban de ella, sin hasta que las tímidas luces del alba caían sobre Santiago de los Caballeros, tras una noche entregada a la música, al vino y al amor…
Pero un día, en lugar de los esbozados caballeros y de las alegres mujerzuelas, llegaron a la casa del Barrio de la Parroquia Vieja dos corchetes.  Cautelosamente golpearon con los nudillos las puertas que siempre franqueaban a la gente alegre.  Esperaron  un instante.  Y al cabo de la espera salió a hacerlos pasar la extraña mujer que con sus escándalos y fiestas tenía alarmados a todo el vecindario.
La belleza enigmática de La Tatuana les hizo enmudecer.  Y, sin cruzar con ella una sola palabra, pusieron en sus manos, blancas como los sagrados corporales, una orden que leyó sin inmutarse.  Se lo conminaba en ella a darse presa en virtud de que el Tribunal del Santo Oficio había acogido una acusación en su contra por gravísimo delito dehechicería. La Santa Inquisición daba por cierto el delito, fundándose en una sola prueba: ¡Que la Tatuana había Llegado al Reino de Guatemala en un barco que no arribó a ninguna de sus playas!
Por sus labios sensuales no pasó la menor voz de protesta.  Cuenta la leyenda que por todo comentario dijeron:
-¡Esto tenía que pasar!  ¡Son los resultados de que esta mañana cuando volvía de Chinautla el piche me haya cantado por atrás!
¡Y se dejó sorprender!  Y la noche de ese día, y las noches de las siguientes, ya nos pasó rodeada de apuestos y libertinos caballeros, ni de música, ni de vino, ni de alegría; sino de la soledad, que junto con ella estaba encerrada en un lóbrego calabozo de la Casa de Recogidas.
Es 24 de diciembre de 16…  hace ya mucho rato que los indígenas de Mixco y Chinautla han llegado al atrio de laCatedral Metropolitana, trayendo desde sus montañas, para que la cristiandad los ofrezca al Niño Dios, el rojo Pie de Gallo, las verdes hojas de Pacaya, las aromadas de ramas de pino, las amarillas sartas de manzanilla, las piñuelas provocativas como sensuales labios, y los chinchines, pitos y tortugas…
¡Esta noche es Nochebuena…!
¡Nochebuena para todos los habitante del Reino.  Noche mala para La Tatuanacuyo cuerpo blanco y bello ha ordenado el Tribunal del Santo Oficio arda mañana en la hoguera!
Mientras el pueblo se desborda por las calles adyacentes a la Metropolitana, en demanda de una ofrenda, de las que han traído los indígenas, que brindar al Dios Niño, una larga y lata figura, envuelta en un manto negro, llaga a la Casa de Recogidas.  Es el Comisario del Santo Oficio que va a poner la sentencia fatal en conocimiento de la infeliz mujer que morirá el mismo día en que el mundo celebra el nacimiento del que nos enseño a perdonar a los pecadores.
El de la alta figura se a conocer.  E inmediatamente que son franqueadas las puertas de la cárcel, se hace conducir el calabozo que ha sido fiel guardián de la hechicera.
Ya en él, sin saludarla siquiera, su voz gangosa principia a leer, uno tras otro, los pliegos que contiene la larga sentencia, cuya lectura es escuchada por la desgraciada mujer sin que su rostro acuse la menor inquietud.
Terminaba aquélla, el clérigo, que velado por la penumbra de la celda, parece un fantasma, manifiesta a la reo que la justicia por su medio le manifiesta que está llana a concederle la última gracia.
-Muchas son las que me adornan, señor Inquisidor  -fue la jactanciosa respuesta de la condenada a muerte-,  según me lo decían mis numerosos admiradores.  ¡lamento que no hayáis reparado en ellas¡  pero como no es mi ánimo desairaros, os voy a pedir una cosa.  Que ordene vuestra paternidad me sea traído un trozo de carbón.  Es mi deseo pasar las últimas horas de mi vida entregada al arte del dibujo, que siempre ha sido muy de mi agrado.  No os pido lienzo, pues en lugar de él emplearé las blancas paredes de mi celda.  Quiero dejar en ellas un recuerdo de mi paso por la vida.
-Os será concedido  -respondió el Comisario.
Y se marchó del calabozo, sin haber brindado a la Tatuana, que mañana sería pasto de la hoguera, ni una sola palabra de consuelo.
A las diez de la noche le llevaron el trozo de carbón.  El júbilo más grande la embargó cuando lo tuvo entre sus manos.  Jugueteó con la negra barrita unos momentos.  La acarició con la misma finura con que sus manos acariciaban a sus amantes.  Y pasados los primeros transportes de su infantil alegría, principió a dibujar.
Sus delicadas y finas manos, que para dibujar eran tan sabias como para prodigar caricias, dibujaron un tranquilo mar, sin tempestades que lo embravecieran, porque tenían suficientes en su alma.  Y sobre el mar, navegando con proa hacia el norte, un barco diminuto y perfecto…
Terminaba la obra, se puso a contemplarla con la misma unción con que un artista contempla la suya.  Le dio uno, dos, tres y más retoques.  Y cuando estuvo ya segura de que en ella no faltaba ni el más leve detalle, se embarcó en el velero que maravillosamente habían dibujado sus manos blancas como los sagrados corporales…
¡Y así fue La Tatuana del Reino de Guatemala! ¡En el mismo barco en que llegó!  ¡En el barco que no arribó a ninguna de sus playas…!



EL CARRUAJE DE LA MUERTE

Cuenta que el carro de la muerte  aparecía durante las noches y anunciaba la muerte de alguna persona. También cuentan que se parqueaba frente a las casas y se llevaba al fallecido.
Después de un largo y arduo día de trabajo en el campo, Mario se dirigía a su casa en la ciudad. Ya casi anochecía y caminaba de prisa. Poco antes de llegar a su casa escuchó el sonido de un carruaje muy cerca, lo que era muy normal en aquella época, pero este sonido era diferente, sintió mucho temor. Corrió y decidió esconderse en el parque, detrás de los árboles.
El sonido del carruaje se escuchaba cada vez más cerca, pero a la vez daba la impresión de que nunca llegaba y la espera se hacía interminable.
Sin darse cuenta, Mario pasó la noche en el parque. De repente, despertó por el frío que sintió y recordó lo ocurrido la noche anterior y en ese momento pensó que temerle a un carruaje había sido algo absurdo. Se levantó y fue a su casa.
Los días pasaron y Mario no podía olvidar lo ocurrido, así que decidió contárselo a un amigo.
Al escucharlo el amigo también le compartió lo que contaba la gente al respecto. “Dicen que por las noches se escuchaba a un carruaje ir a toda velocidad y que iba recogiendo a la gente que moría, era conocido como El Carruaje de la Muerte”. Al finalizar el relato añadió: “Posiblemente todo esto es un invento de la gente, no hay que hacer caso”.
Mario no se quedó tranquilo y junto con su amigo decidieron esperar esa noche, al carruaje y así confirmar si los rumores eran ciertos.
Se encontraban en parque bajo la noche fría y solitaria cuando comenzaron a escuchar el sonido de un carruaje. Poco a poco pudieron verlo, cada vez más cerca. Y en efecto, se trataba de un carruaje negro, tirado por caballos negros y con un conductor vestido completamente de negro.
Igual que la primera vez, el carruaje tardaba en llegar hasta donde ellos se encontraban.
Cuando por fin el carruaje estaba frente a ellos, el conductor los observo fijamente y ambos hombres se desmayaron. A la mañana siguiente, despertaron de frío y desde entonces, tanto Mario como su amigo, se esconden donde pueden cada vez que escuchan el sonido de un carruaje, sobre todo por las noches.

HOMBRE INVISIBLE

El chirrido de las viejas persianas anunció la llegada de don Renán Torreblanca,  a la cantina de don Mercedes, en el chapinísimo sector de la Calle de las Túnchez, de la capital guatemalteca.

El olor al fermento del aguardiente le llegó abriéndole más la gana del trago cotidiano. Don Renán era un hombre taciturno, llegaba a menudo al estanco de nuestro relato y, siempre apartado de los parroquianos se sentaba alejado en una mesa del fondo.

Desde que llegaba los comentarios no se hacían esperar por parte de quienes lo observaban.   —No me lo van a creer pero don Renán es un hombre raro, con estos ojos que algún día se comerán los gusanos, lo he visto desaparecer de mi vista.
El que hablaba era un obeso carpintero que cumplía con las órdenes de Baco, en el estanco.
—Eso sí que no te lo creo vos; porque eso sólo se lee en las novelas —respondió el amigo, agregando —solo viendo lo creería.
El olor a las fritangas invadía el espacio y las risotadas apagaban los comentarios. Don Mercedes con su limpiador al hombro y su gabacha, departía con sus clientes mientras les servía las tandas.
— ¡Tanda servida, tanda pagada! Repetía el cantinero, agregando —Para evitar clavos posteriores.
Todos celebraban la puntada con una sonora carcajada.
Don Mercedes se fue acercando a la mesa del carpintero y el amigo que le acompañaba. Al calor de los tragos el tema era don Renán, que lejano de los comentarios, tomaba una copa lejos del grupo.
—Yo sí que no creo en esas cosas, pero ya son varios los que han visto desaparecer a don Renán —agregó el cantinero.

— ¿Y qué le han contado don Mercedes?
—Bueno, no es que yo sea chismoso, pero la vez pasada, justamente donde están ustedes sentados, estaba tomando el finado Félix, ya estaba un tanto borracho, cuando salió atrás de don Renán.

Al poco tiempo regresó todo asustado gritando y diciendo que había visto palpablemente cómo don Renán había desaparecido ante su vista. Con decirles que la gran soca se le fue del puro susto, pero yo lo atribuí a los tragos que don Félix se había tomado.

El carpintero, un tanto más curioso, trataba de persuadir al cantinero para que le hiciera la lucha de sacarle en plática a don Renán cómo estaba el asunto, pero aquel hombre raro y solitario no soltaba prenda. Finalmente, el cantinero indicó que trataría de hablar con el hombre, pero que por favor hablaran más quedito porque podía escuchar el comentario que de él se hacía.

Así las cosas y los días, don Renán continuaba llegando al estanco de una Guatemala que ya se fue para no volver, con sus calles empedradas y carruajes realeros. Aquella tarde la calle de las Túnchez parecía más animada, los trenes de mulitas con carbón procedentes de Palencia, así como los arrieros hacían más escándalo que de costumbre, pregonando el carbón y las cargas de leña.

En la cantina “La Copa de Oro” el bullicio no se hacía esperar. Una vez más el chirrido de la persiana anunció la llegada de don Renán. Solicitó don Meches, el cantinero, fue hasta la mesa de nuestro personaje para ofrecerle su servicio.
— ¿Qué tal don Renán, cómo lo trata la vida? Saludó el cantinero muy sonriente. Don Renán sin verle a los ojos le respondió:
—Pues como lo ve, don Meches, trabajando duro y dando la vuelta por aquí para relajarme un poco, porque no todo es trabajo en esta vida.
El cantinero, mientras limpiaba la mesa, le respondió: —En eso sí que tiene razón, pero lo veo tan solitario siempre, sin amigos, sin quien lo acompañe en su mesa y por eso mi pregunta: ¿porqué tan solitario y sin compartir?

—cuando escuchó esto, don Renán lo fulminó con la mirada, respondiendo:

—La verdad es que uno tiene que escoger a sus amigos y no alternar con cualquiera. —El cantinero se sintió mal por la pregunta indiscreta y como para ablandar el momento sugirió:
—Bueno, disculpe una vez más, no volveré a preguntar nada y me dirá que le sirvo.
Ahora don Renán fue el que sonrió sarcásticamente, respondiendo:
—Lo de siempre, don Meches… lo de siempre…
No cabe duda que la pregunta cayó como balde de agua fría y el cantinero se retiró muy cortésmente de la mesa de don Renán simulando una sonrisa.
Al poco tiempo don Renán abandonó la cantina rumbo a la calle, sin despedirse de nadie. En ese momento el cantinero fue llamado por los parroquianos que ocupaban la mesa del carpintero. Fue éste el que preguntó cómo le había ido con don Renán.
—Pues verán, pero a este hombre no se le saca nada; es más, como que se mosqueó cuando quise llegar al meollo del asunto y mejor me quedé callado porque prefiero mantener un cliente que perderlo.

El carpintero sorbió la copa de licor y chupó un poco de limón para luego concretar:

—A mí se me está afigurando que el tal don Renán hasta puede ser alma de la otra vida. —Hoy sí que me hizo reír, los espantos no chupan, sólo espantan. —acotó el cantinero.
La carcajada fue generalizada en la mesa, todos sacaron chiste de la puntada.
—Bueno, tienen razón, don Renán es como nosotros, de carne y hueso, pero yo hasta no ver no creer como dijo Santo Tomás.
Un hombre bajito de abdomen prominente y gran bigote, se acercó a la mesa y pidiendo disculpas por meterse donde no lo llamaban, habló con aire de conocimiento en la materia:
—Pues verán, yo he leído un mi poquito, soy tan tonto como puedan creer, pero según los entendidos en la materia hay personas que desaparecen porque su cuerpo astral se los permite, es decir, tienen dos cuerpos, el astral y el físico.
Un tanto incrédulo don Mercedes atacó de nuevo al que hacía el comentario:
—Barajéemela más despacio, por favor y cuénteme que esto está mero interesante. —Ahora el hombre bajito y barrigón se sentó sin pedir permiso y principió a explicar el fenómeno:
—Bueno, como les decía, hay personas que tienen esa virtud: es decir, la de tener dos cuerpos: el astral y el físico que todos tenemos, y estas personas, sin quererlo, se manifiestan muchas veces en dos sitios a la vez. A esto los conocedores en la materia le llaman “Bilocación” y otros le llaman “fantasmas vivientes”. Yo creo que en esa fase está don Renán.
Por cuenta de la casa, don Mercedes le sirvió un trago al hombre bajito, mientras comentaba en voz alta:
—Hoy si me la pusieron difícil y créanme que ya me está dando miedito, porque don Renán a veces se queda aquí hasta que cierro el negocio y su mirada profunda y rara lo pone a uno en el avispero.
Alguien gritó desde el fondo que solicitaba bocas para mesa cinco y don Mercedes tuvo que abandonar al grupo. Mientras tanto, uno del grupo comentó que el caso de don Renán era realmente extraño, muy extraño y que era primera vez en su vida que escuchaba un comentario de los espantos vivos. Aquella mesa daba justamente a la punta del mostrador, muy cerca de la barra, desde allí don Mercedes hizo otro comentario como para extender la charla.
—Bueno, pues desde hoy en adelante lo voy a controlar más de cerca porque ustedes ya me pusieron en qué pensar. Imagínense uno hablando con un muerto. ¡Dios me guarde! Es capaz que caigo muerto del susto, pero ya se han dado casos y por eso no hay que creer ni dejar de hacerlo. Y explicado el asunto como lo hace aquí el señor pues hombre, hay mucho de raro en el caso.
El ayudante de don Mercedes mientras limpiaba unos vasos, comentó desde lejos:
—Lo mejor sería seguirlo la próxima vez, regularmente el viernes es cuando se echa sus capirulazos más de la cuenta y se va un poco tarde. Es cuestión que dos valientes se pongan de acuerdo y seguirlo para salir de dudas; eso sí, háganlo ustedes porque lo que soy yo, por baboso.
Invitaron a don Mercedes para formar el dúo que seguiría a don Renán, pero éste con toda educación rechazó la oferta, aduciendo que el negocio lo tenía que atender y más aún tratándose del día viernes, que era cuando más gente llegaba.
Llegó el día viernes esperado, que lamentablemente lucía gris y la lluvia a manera de temporal arreciaba y después continuaba con una llovizna pertinaz. La cantina lucía desierta porque la lluvia había caído durante todo el día. En ese momento entró don Renán, con más borrachera que alegría, un tanto platicador, lo cual era raro en él.

—Qué bueno verle por aquí, don Renán, ya sé, le servimos lo mismo de siempre. —Pero como ya se indicó, don Renán iba dos que tres entre pecho y espalda, respondiendo en el acto con voz aguardentosa:
—Así me gusta don Mercedes, que atienda y que no haga preguntas. ¿Pero qué me cuenta don Mercedes?

—Pues aquí como lo ve, espantando moscas porque con la lluvia se pone silencio, pero así es el negocio.
Mientras la lluvia arreciaba, los otros dos hombres entraron al establecimiento. En tanto don Renán se fue al fondo, a la misma mesita para tomarse solo el trago. Así pasaron dos horas y finalmente el hombre de nuestra historia como pudo se levantó, pagó la cuenta y se retiró.

Fue el momento en que don Mercedes cerró el establecimiento y siguió los pasos de don Renán en compañía de los dos hombres que deseaban salir de dudas en torno al inexplicable caso de don Renán.

El hombre daba la impresión que caería de un momento a otro debido a la gran borrachera que llevaba, los dos hombres le seguían muy de cerca. Don Renán para acortar camino se introdujo por un predio baldío para salir a la otra calle. Los curiosos se quedaron apreciando la escena entre unos matorrales; era imposible perderle de vista ya que ellos lo tenían a pocos metros de distancia.
De pronto fue el carpintero el que asombrado gritó: — ¿Pero qué es lo que veo, Dios mío?
El acompañante por poco y se va de esta vida al ver cómo don Renán desaparecía ante sus ojos.
— ¡Una vez más don Renán ha desaparecido ante la vista de nosotros! —agregó el compañero, más pálido que un muerto. Los hombres se quedaron de una pieza, asombrados ante lo que miraban. A don Renán parecía como que si se lo hubiera tragado la tierra y todo quedó en silencio. Cuando se recuperaron corrieron rumbo a la cantina, que ya estaba cerrada. Llegaron jadeantes y fue el carpintero el primero que habló.

 ¡Si no lo hubiera visto no lo creo, pero ahora sí estoy seguro que don Renán es alma de la otra vida!
Después de un silencio prolongado donde los tres hombres sólo se miraban las caras, se escuchó que alguien tocaba puerta. Nadie tuvo el valor de abrirla, pero finalmente fue el cantinero quien tomó la iniciativa de hacerlo. El susto fue mayúsculo, así como el grito de espanto que el hombre emitió asustando a sus compañeros.

Cuando se hubo repuesto y ante la insistencia del hombre de tocar la puerta preguntó: — ¡Sos de esta o de la otra, en qué penas andás…! —Mientras tanto don Renán desde afuera les gritó:
 ¡Qué penas ni que ocho cuartos, con esta ya son tres veces las que socado me voy entre la zanja y quiero un trago porque me estoy muriendo del frío…!

SIGUAMONTA

Muchos confunden a la Siguamonta con la Siguanaba, primero por el obvio parecido en los nombres, y también porque ambos nefastos personajes suelen atraer a sus víctimas a sus muertes, aunque se valen para ello de estrategias muy distintas, dirigidas contra una presa en especial: mientras la Siguanaba atrae a los hombres mujeriegos, la Siguamonta hace lo propio con los niños curiosos y desobedientes.

Y es que a principios del siglo pasado, la ciudad no era para nada ruidosa –al menos no comparada con el ensordecedor bullicio de estos días- y la rodeaban verdes barrancos repletos de vegetación y animales. A falta de suficientes puentes y caminos, los habitantes solían atravesar los barrancos para acortar las distancias entre una y otra zona. Es durante estos cortos trayectos entre los matorrales que empezaron a suceder cosas horribles, pues varias personas ya no volvían a casa, solo para ser encontrados muertas algunas horas o incluso días después. Muchas de las víctimas eran niños que presentaban múltiples heridas, pero no era claro si esos golpes habrían sido propiciados por algún adulto o por el contrario los habrían sufrido al caer por el barranco.

La teoría más aceptada era que en los barrancos de la ciudad se escondían peligrosos y desalmados bandoleros que aprovechaban para asaltar y despojar de sus pertenencias a quienes se aventuraban a ingresar en sus profundidades con la esperanza de ganar algunas horas en su recorrido.

La mayoría de padres de familia prohibiría a los niños acercarse a los barrancos, pero su naturaleza rebelde y curiosa los obligaba en muchos casos a desobedecer, formando pequeños grupos para sentirse más seguros al momento de ingresar al barranco a investigar. En una ocasión, uno de estos grupos formado por 5 niños entre los 8 y 13 años de edad, bajó por el barranco del barrio Gerona que separa las zonas 1 y 5 de la capital para realizar su habitual recorrido de 2 horas. Eran aproximadamente las 4 de la tarde y los niños ya casi terminaban su recorrido, cuando escucharon el peculiar silbido de un pajarito:

“Tutuiiit! Tutuiiit! Tutuiiit!”

Al no poder ver al ave que producía tan simpático sonido, los 2 chicos mayores de 12 y 13 años decidieron ir a investigar, avanzando algunos pasos. Cuando los chicos caminaban el ave no producía ningún sonido, y cuando paraban repetía su silbido, como llamándolos: “Tutuiit! Tutuiiit!”. Los chicos se alejaban cada vez más de los pequeños de 8 y 10 años, quienes los llamaban a gritos para que no siguieran y que no los dejaran solos. En vano. Los chicos desaparecieron detrás de unos arbustos y luego solo se escucharon sus gritos que se tragaban las profundidades del barranco para terminar en un silencio sepulcral.

Y entonces, nuevamente el silbido: “Tutuiit! Tutuiiit!” esta vez muy cerca de los pequeños, que alcanzaron a ver al pequeño pajarillo que parecía de oro al reflejar los últimos rayos del sol de esa tarde. Espantados, los chiquillos corrieron fuera del barranco llorando y pegando de gritos de terror y de auxilio. 


Algunos adultos que regresaban de sus faenas diarias los detuvieron y tras tranquilizarlos escucharon incrédulos la historia que les contaban, pero al notar la ausencia de los mayores de 12 y 13 años organizaron un grupo de búsqueda y rescate. Sus esfuerzos fueron infructuosos debido a la caída de la noche, pero muchos hombres dijeron haber escuchado los silbidos a través del monte y algunos incluso dijeron haber visto unos ojos brillantes que los observaban entre los arbustos. Entre ellos, estaba un dominicano que huyó despavorido al sugerir que se trataba de la Ciguapa, un fantasma que vive en cavernas y montes de aquella isla y baja a los ríos en busca de afecto y protección. 

No fue sino hasta al día siguiente que pudieron encontrar los cuerpos de los niños. Es así como de la fusión de la historia del pajarito visto por los niños y de la Ciguapa sugerida por el dominicano surge la Siguamonta en el imaginario popular, como un ave endemoniado dorado y  de simpatiquísimo cantar que atrae a los niños curiosos y desobedientes hasta su muerte. 

La historia de la Siguamonta recorrería toda la ciudad de Guatemala y sería transformada en incontables versiones por padres angustiados que buscaban la manera de mantener a los niños lejos de los barrancos.

Hoy en día, aún hay quienes creen en la Siguamonta principalmente en el interior del país, y sugieren que al escuchar el cantar de un pajarito deben ignorarlo y proseguir su camino para evitar caer en su encantamiento potencialmente fatal. 



EL CADEJO

No es un espíritu protector sino uno merodeador, que sale a asustar a los trasnochadores (principalmente a los borrachos), a manera de escarmiento para la gente de mala vida.
La palabra “Cadejo”, según el diccionario de la Real Academia Española, significa:
Parte del cabello muy enredada que se separa para desenredarla y peinarla”.
De ahí, que el nombre que los españoles dieron a esta criatura parezca estar relacionado al enigma que representa, como un enredado misterio.
Cuenta la leyenda que cuando Dios vio los problemas obstáculos que a diario enfrentaban los seres humanos, creó un ser sobrenatural para protegerlos: el Cadejo. Con forma de perro blanco y ojos rojos que brillaban como llamas ardiendo, su misión era protege a sus seguidores.
Pero cuando el Diablo vio al Cadejo blanco, se puso celoso y decidió crear a su propio Cadejo, un perro negro con patas de cabra y también de ojos rojos como llamas, con un hedor repugnante, y cuya misión es hipnotizar a los trasnochadores para robarse sus almas.
El Cadejo blanco mantiene a raya al Cadejo negro, para evitar que se robe las almas de los inocentes. Esto conlleva a que en numerosas ocasiones los Cadejos blancos y negros se enfrenten.

Tipos de Cadejos
Según la leyenda, existen 4 tipos de cadejos. El primer Cadejo es el más peligroso, pues es considerado como el mismo Satán que ha tomado forma de un enorme perro negro, del tamaño de una vaca, con una gran melena y en sus patas de cabra arrastra cadenas ardientes al rojo vivo que fueron calentadas por el fuego del infierno.
El segundo tipo de cadejo son los Cadejos negros, muy similares al primer tipo de Cadejo, pero más pequeño. Los Cadejos negros son criaturas demoníacas que intentan robar el alma de los que llevan vidas desordenadas, principalmente borrachos y drogadictos.
El tercer tipo de cadejo son los Cadejos blancos, que son considerados buenos y que cuidan a las personas inocentes para que los Cadejos negros no les hagan daño. Se podría decir que son una especie de ángel de la guarda con forma canina. Estos a diferencia de los negros no tienen patas de cabra sino patas caninas.
El cuarto tipo de Cadejo son grises, que serían el producto del cruce entre un Cadejo negro y uno perro normal. Este es el único tipo de Cadejo que se puede matar. Cuando uno de estos es matado, su cuerpo se disuelve en cuestión de segundos, dejando tras de di una asquerosa mezcla de fluidos que maldice la tierra y evita que vuelva a crecer vegetación en ese lugar.

SIGUANABA

Según la tradición popular, se les aparece a hombres que salen de noche o infieles en la forma de una atractiva mujer desnuda o semidesnuda, pero con el rostro oculto.
Cuando los hombres se acercan, la fantasmagórica mujer les muestra su rostro, que resulta ser el de un caballo (o la de una calavera de caballo en algunas variantes), por lo que termina enfermándolos, enloqueciéndolos o matándolos del susto y robándoles sus almas.


Se cree que este mito pudo haber sido introducido en el Nuevo Mundo por los españoles durante el período colonial, que lo habrían usado para ejercer control sobre las poblaciones indígena y mestiza de la región, principalmente en Guatemala y El Salvador.

Antes llamada “Sihuehuet” (Mujer hermosa), tenía un romance con el hijo del dios Tlaloc, del cual ella  resulta embarazada. Fue una mala madre, dejaba solo a su hijo para satisfacer a su amante. El dios Tlaloc al descubrir esto maldijo a Sihuehuet llamándola Sihuanaba (Mujer horrible), condenándola a vagar por los campos y ciudades amedrentando a los hombres que viajan solos por la noche.

Dentro de las Características que posee se encuentran las siguientes:

  • Cuerpo escultural
  • Posee una cabellera larga de color negro
  • Viste un vestido de color blanco muy fino, por donde se trasluce su hermoso cuerpo
  • Oculta su rostro, que es como el de una yegua o una calavera de caballo, hasta que su víctima se encuentra muy cerca de ella
En Guatemala, el mito dice que a la Siguanaba generalmente se la encuentra lavándose el pelo con un guacal de oro y peinándoselo con un peine del mismo metal precioso. Se cuenta, asimismo, que vaga por las calles de la ciudad de Guatemala, donde acosa a hombres enamorados. 

La leyenda de la Siguanaba es más común en la capital, en Antigua Guatemala y en los departamentos orientales del país, donde el mito goza de más popularidad entre las poblaciones ladinas que entre las indígenas. En dichas áreas, la apariencia más común del espectro es la que lo describe con cara de caballo. Se les aparece a hombres infieles a modo de castigo.

AJ YOL

En Tacaná los Aj Yol narran que en un principio, en ese pueblo, todas las cosechas de maíz se echaban a perder, "eran malas"; entonces unos ancianos encontraron una mazorca hermosa "que había salido del cerro Witz Teninquin, al pie de la gran Sierra Madre", que en mam significa "mazorca de maíz". Los viejos sembraron esa mazorca y abundó el maíz bueno y fuerte.

Cuentan todavía que cuando "truena en ese cerro", es que va a llover, porque ahí nació el maíz y porque esa mazorca fue sacada directamente del corazón de la tierra.

En Tajumulco, se narra que toda la vida de San Marcos salió del volcán Tajumulco o Chman en idioma mam.

Dicen que en el principio de los tiempos de ese volcán salían muchos zompopos, pero nadie les hacía caso, hasta que unos ancianos vieron que el pájaro carpintero entraba al cerro misteriosamente, y que cuando nadie lo miraba sacaba maíz y frijol. Entonces los ancianos siguieron al pájaro, rompieron una piedra muy grande y empezaron a encontrar cosas: lo primero que sacaron fue maíz, luego frijol, animales, agua, aire, pom, marimbas, chile, semillas de pino, jarros, madera, trajes de baile de moros, máscaras y al final, fuego.

Los ancianos cuentan que en el principio del mundo (Qawuj), hubo un juicio y el volcán recogió todas "las cosas" y las guardó para protegerlas, especialmente las mazorcas del grano sagrado. Por eso es que el maíz es tan bueno en Tajumulco, porque ahí nació. Los ancianos le pusieron el nombre de Chman al volcán Tajumulco que en mam quiere decir "corazón de trece cosas". Y de ahí, cuentan los Aj Yol que el maíz se difundió para toda Guatemala y el mundo.

viernes, 30 de octubre de 2015

JUAN NO´J

Se narra que en aquel tiempo, un hombre misterioso bajaba siempre del cerro Tuixux que queda en un paraje muy boscoso.
Los sipakapenses le llamaban a ese hombre Juan Noj, y creían que era el dueño del cerro Tuixux y le tenían miedo. Pero Juan Noj se enamoró de una mujer del lugar; entonces le pusieron vigilancia para que éste no entrara a la casa de ella. Pero al día siguiente la mujer "encontró unos guineos muy chulos y frescos". Entonces la gente al ver el susto de la dama se dio cuenta que en verdad Juan Noj era el dueño de ese cerro.

Dicen los ancianos de Sipacapa que Juan "era un ladino muy grande con cuernos". Cuando Juan Noj terminó "su servicio como dueño del cerro", desapareció y se fue a la casa del Dios Mundo.

Se cuenta también que en el cerro Tuigutz, en Comitancillo, pasan muchas cosas misteriosas. Hace unos años, un hombre salió muy temprano a cazar venados. Pero antes, fue al adoratorio a pedirle permiso al Señor del Cerro.

El Dueño del Cerro lo llevó adentro del cerro, y el hombre vio aquí muchos venados. Cuentan que el Señor del Cerro le dio un venado, mazorcas, guineos y frijol, y le dijo que se lo regalaba todo porque le había pedido permiso, y que le contara a la gente de Comitancillo, para que hicieran lo mismo y así le evitaran "la pena de castigarlos".